martes, 19 de febrero de 2013

Semblanza de Arturo Arango, autor de Vimos arder un árbol


Arturo Arango es un escritor nacido en Manzanillo, Cuba, en 1955. Además de narrador, ha incursionado en el ensayo y como guionista. Es jefe de redacción de La Gaceta de Cuba y Jefe Titular del Departamento de Guión en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Tiene varios libros publicados: ¿Quieres vivir otra vez?, Segundas vidas (cuentos); Reincidencias y Segundas reincidencias (ensayos); Una lección de anatomía, El libro de la realidad y Muerte de nadie (novelas). Como guionista, es coautor de los guiones para Lista de espera (2001), Aunque estés lejos (2003) y El cuerno de la abundancia (2008). Su pieza teatral El viaje termina en Elsinor obtuvo en 2008 el Premio Virgilio Piñera. El viernes estará en Noctámbulos presentando su libro de relatos Vimos arder un árbol, editado por Sur Plus, a las 19:00 horas.

Esta obra se compone de “Cuentos que forman una novela, o al revés, novela fragmentada en cuentos ubicados en la Cuba de hoy, a veces joven, a veces vieja. Humberto y Silvia son los personajes centrales de los relatos. Alternándose como protagonistas, nos llevan a través el desamor, la enfermedad, la sexualidad, la muerte, los hijos, las calles, y las ubicuas filas que ya aguardan desde antes a quienes les tocará esperar en ellas”, nos dicen los editores.

Arango nos responde algunas preguntas:

—Dice Ricardo Piglia que tendemos a recordar más los cuentos aislados que los libros de cuentos, pero cuando sucede lo contrario estamos ante un acontecimiento literario. Creemos que Vimos arder un árbol posee una unidad que permite recordarlo casi como novela, un todo. ¿Qué elementos son los que, desde tu perspectiva de autor, logran esa impresión de unidad?

En este caso deben ser los personajes. Como suele suceder, los primeros cuentos comenzaron a aparecer aislados. De lo contrario, me hubiera dedicado a escribir una novela. Al escribirlos, me fui dando cuenta de que podían pertenecer a un mismo personaje, y esa criatura se fue convirtiendo en Humberto. Ya tomada esa decisión, le constituí una familia, un ámbito que, obviamente, fuera común a todos. Y con el libro más avanzado advertí que podía haber acontecimientos que quedaran “fuera de cuadro”, es decir, que no se contaran, y que el lector debería encontrar o imaginar por su cuenta cómo son esas piezas que faltan al rompecabezas.

—Conoces bien la forma de escribir para cine, por tu trabajo como guionista y tu labor en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. ¿Qué tanto de esta faceta crees que se cuela en los relatos de Vimos arder un árbol?

Me parece que está el tono. Tengo la certeza de que la literatura cubana está en un mal momento. Hay una realidad muy dominante, que se ha establecido como un referente único y reiterado, agotado, desde hace varios lustros, y una ausencia casi absoluta de búsquedas estéticas. En estos cuentos quise usar algunos recursos de ciertas poéticas cinematográficas contemporáneas para escapar de esa, digamos, dictadura.

—¿Con qué autores de relato, cubanos y de otras latitudes, sientes que tiene cercanía tu obra narrativa?

A estas alturas de mi vida es difícil definirlo. Como dice una antigua canción cubana, esas cercanías “se agolpan unas a otras, y por eso no se matan”.

—Eres ensayista, guionista, dramaturgo y narrador. ¿Hay alguna de estas facetas por las que sientas predilección?

Descartando las que me parecen más accidentales, he escrito una obra de teatro. Me gustó la experiencia pero no pienso en términos teatrales. La escribí, además de por que la anécdota llegó a mí, para probar que las herramientas dramáticas del cine podrían servirme para el teatro. Me considero un ensayista ancilar: es una manera de poner en orden mis ideas, y también esa labor está marcada por mi paso o mi aproximación a algunas revistas cubanas. Lo que más me gusta es contar relatos, por cualquier medio. Pero sucede que contar en el cine crea muchas relaciones de dependencia. Es un trabajo muy promiscuo. Me quedo, entonces, con la escritura de cuentos y novelas. Es lo que más me gusta hacer. Casi lo que más me gusta hacer en la vida.

—¿Cuál es tu opinión de la literatura latinoamericana actual? ¿Ves tendencias en formas y contenidos claramente diferenciables?

No estoy tan actualizado como hace algunas décadas, que leía furiosamente todo lo que me llegaba a las manos. Ahora mi vinculación con el cine me hace estar mejor informado sobre lo que se realiza en América Latina y también en España, y creo que sí hay vasos comunicantes, como también una enorme diversidad. Junto a cineastas más interiores, más personales (Jaime Rosales, Lucrecia Martel, Pablo Trapero, Lisandro Alonso…) convive un magnífico cine chileno que el pasado año dio dos cintas extraordinarias y diferentes entre sí como Violeta se fue a los cielos y No.

—¿Qué podrá esperar el público de Noctámbulos de la sesión del 22 de febrero, en la presentación de Vimos arder…?

Me gustaría que esperara un libro de cuentos. Lo ideal es que los adjetivos sobren. Que sea cubano, que sea contemporáneo, que me llame Arturo Arango, etc., son circunstancias que me informan a mí, y nada más. Aunque, y ello es inevitable, siempre hay una curiosidad, a veces casi morbosa, por saber qué pasa en ese país tan difícil de comprender como lo es Cuba.

—JLE

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